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La joven de la perla


19/11/2022

 
 

En EPV 4º ya hemos terminado la unidad titulada Forma y naturaleza y, como complemento de la misma, hemos empezado a ver y analizar una película en la que se dramatizan muchos de los contenidos tratados. Podéis acceder al visionado en este enlace.

La joven de la perla fue estrenada en 2003 y pronto recibió muchos premios y nominaciones. Es una adaptación cinematográfica de la novela homónima que Tracy Chevalier había publicado en 1999. Supuso un hito en la puesta en escena de una época —la Holanda del siglo XVII— y nos adentra de manera admirable en el espacio pictórico creado por uno de los más grandes señores del Barroco: Joannes Vermeer (1632 – 1675).

La joven de la perla establece un triángulo de relaciones entre el pintor, su marchante y el mecenas, en cuyo centro tiene lugar el difícil proceso de creación, la incomprensible historia de amor entre el artífice y su modelo. Voy a comentar, antes de nada, la forma de ese triángulo, a través del cual llega a entenderse bien el origen de las obras de arte y los avatares de su existir posterior en cuanto cosas: el largo recorrido desde que salen del taller hasta que tiene lugar su recepción y su asimilación definitiva.

 
 

María Thins, interpretada por la actriz Judy Parfitt, es la suegra del pintor. Mujer recia y dominadora, ella toma bajo su cargo la venta y circulación de los cuadros. Ejerce entonces el papel de marchante. Es la matriarca de la casa, el hogar en el que vive junto al pintor, la esposa y los hijos (llegó a tener quince), soportando épocas de penuria y tiempos de bonanza económica. María Thins vela sin descanso por el sostenimiento de los vástagos. «Los cuadros son dinero», sentencia en una ocasión, y vigila de continuo la flema de su yerno para que la producción no se detenga. Ella es el agente que negocia los precios y que pacta los temas y las cantidades exactas de pigmento que habrá de incluir cada lienzo (los pigmentos más caros, como el lapislázuli o el amarillo indio, debían especificarse antes de dar comienzo una obra).

 
 

El mecenas es el señor Pieter Claesz Van Ruijven (el actor Tom Wilkinson ). Comerciante enriquecido, hábil inversor, experto competente y, sobre todo, entusiasta de la Pintura. Van Ruijven es un auténtico depredador. Su afán coleccionista ha devenido en pasión concupiscente, que a menudo le lleva a agresivos intentos de extorsión. Carece del poder expresivo del artista, pero su comprensión profunda del hecho artístico lo induce a intervenir en el proceso creativo. Y así, no sólo fija los temas que financia, sino que además busca seducir a las bellas muchachas que posan en el taller.

El pintor establece, con los dos primeros vértices de este triángulo, una fructífera relación de sumisión y de combate. La función necesaria de los dos mediadores —la marchante y el coleccionista, ambos expertos conocedores— entra en conflicto con el afán del pintor por salvaguardar su intimidad creadora y su particular visión de lo real.

 
 

La esposa y la criada pertenecen a un nivel inferior, fuera de los vértices de este triángulo. Son espectadoras ingenuas que en un determinado momento han recibido el honor de convertirse en objeto de deseo del ojo pictórico. Cuando ocurre tal cosa, logran acceder al núcleo del triángulo y disfrutan así de una posición privilegiada en el centro mismo de la escena donde tienen lugar las operaciones del pintor.

Pero una diferencia muy importante distingue a estos dos personajes. La trama ficticia sugiere que Catherina Bolnes (actriz Essie Davis), la esposa de Joannes, sufre el destierro del taller y un alejamiento afectivo a causa de sus dificultades para entender el trabajo de su marido. La nueva sirvienta, sin embargo, fascinada ante el mundo maravilloso que se esconde en la Pintura, demuestra una comprensión inmediata hacia los problemas que atormentan al artista. El cual queda prendado de su hermosura y la adopta como motivo inspirador y predilecto. Los nuevos cuadros satisfacen la gestión de Maria Thins, la astuta matriarca, pero desatarán los celos de la esposa despechada.

Además de esta entretenida sociología, La joven de la perla contiene otros muchos detalles que os pueden ayudar a entender un poco mejor el intrincado territorio de la pintura barroca:

  • Toda la película es un delicioso tableau vivant, un cuadro vivo. Peter Webber nos adentra en el complejo espacio ideado por el pintor de Delft, y nos lleva a habitar aquellas estancias alumbradas por amplios ventanales, donde las figuras permanecen absortas en su quehacer. Los volúmenes se modelan en un claroscuro de sombras densas, repletas de color; con ropajes, telas y tapices articulados en un poético repertorio de pliegues interminables.
  • Se aborda también la controvertida cuestión del uso de aparatos ópticos. Philip Steadman afirma en La cámara de Vermeer que el pintor se sirvió de la cámara oscura como una ayuda puntual en su lento y laborioso trabajo compositivo¹. Y la película parece seguir las importantes conclusiones del investigador inglés, situando el momento de la llegada del aparato al taller cuando el cuadro ya se encuentra planteado, mostrando las aberraciones marginales de la imagen proyectada, la pérdida de foco y el aplastamiento del espacio.
  • Asistimos, además, durante toda la película, al laborioso método empleado por Vermeer. Desde la imprimación inicial hasta las veladuras finales, pasando por la síntesis en colores planos y el primer esbozo de modelado: de todo ello somos testigos casi sin darnos cuenta. Y asistimos, en fin, a la elaboración de la pasta pictórica en la cámara más secreta del taller: el laboratorio donde cada maestro ponía en práctica las recetas heredadas de sus ancestros y perfeccionadas por él mismo.
 
 

Se agradece mucho que el pintor, venciendo su enamoramiento, no rompa el vínculo matrimonial y se mantenga fiel a la esposa, a pesar de los celos desatados por el exceso de confianza hacia la muchacha. Y se agradece también que el avieso señor Van Ruijven vea malogrado su acoso a la doncella. Uno de los últimos planos nos lo muestra en su cámara maravillosa —su museo particular—, lleno de furia contenida por el desdén recibido, y lo retrata conforme a su verdad: como un vil abusador, semejante al mono carnicero que abre sus fauces en la estatua disecada que tiene a su lado. No ha podido poseer a la joven Griette (la actriz Scarlett Johansson), pero ha conseguido su imagen, y el icono permanecerá intacto para el resto de la vida. He aquí el poder insondable del Arte de la Pintura.


¹ En David Hockney: El conocimiento secreto. Editorial Destino, Barcelona, 2001, págs. 224-225.