Recordemos el misterio que nos hace presente esta fiesta, la tradición más venerada y amable que hemos recibido de nuestros padres; un hecho que ha iluminado nuestra historia y ha dado fuerza a la obra civilizadora de España por todo el mundo.

Pasaba el apóstol Santiago por un momento de desolación en su evangelización de Hispania. Se encontraba en Cesaraugusta (la actual Zaragoza), donde sólo había conseguido bautizar a ocho hombres. Y descansando con ellos una noche en la ribera del Ebro, oyó el apóstol voces celestiales que cantaban: «Ave María, gratia plena». Entonces se arrodilló y vio a la Virgen, Madre de Cristo, entre dos coros de ángeles, colocada sobre una columna de mármol. Al término de la alabanza, así le habló la Virgen María:

«He aquí, hijo mío, el lugar destinado para mi honor. Mira este Pilar en que me asiento. Alrededor de este sitio colocarás el altar de la capilla. La virtud del Altísimo obrará milagros admirables por mi intercesión, a favor de aquellos que imploren mi auxilio en sus necesidades. Y el Pilar estará aquí hasta el final del mundo y nunca faltarán en esta tierra adoradores de Cristo».

El apóstol, lleno de alegría, dio innumerables gracias a Cristo y a su Madre. Y la milicia angélica tomó a María y la restituyó a Jerusalén, dejándola en la quietud de su celda. De inmediato comenzó el bienaventurado Santiago, junto a los ocho hermanos, a edificar allí la iglesia de Santa María del Pilar, la primera del mundo dedicada por manos apostólicas a honrar a la Virgen Madre de Dios.