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La hoja de acanto
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En la unidad titulada Forma y naturaleza, los alumnos de EPV 4º han estudiado la evolución de algunos motivos vegetales en las artes decorativas. La hoja de acanto es el más famoso de todos ellos.
No se ponen de acuerdo los historiadores acerca de la invención de este motivo. Algunos defienden que su aplicación al ornamento radica en la belleza del modelo natural, el arbusto verde oscuro de grandes hojas dentadas presente en los jardines del sur de Europa desde la antigüedad. Sus cualidades plásticas hicieron de él una figura predilecta, siempre adaptable a cualquier formato. Otros eruditos niegan esta tesis y tratan de demostrar que la hoja de acanto no tiene que ver con ninguna especie natural, sino que derivó de la palmeta, una interpretación abstracta de la flor de loto, usada reiteradamente en Grecia, desde la época arcaica, para los frisos murales. A continuación podéis comprobar la similitud de ambos motivos.
Entre aquellos que defienden el principio natural de la hoja de acanto se encuentra Marco Vitruvio Polión, arquitecto y escritor romano del siglo I antes de Cristo. En su Tratado sobre arquitectura cuenta el origen legendario del capitel corintio. Es un relato que también nos habla de cómo la vida alcanza a perdurar más allá de la muerte:
«Una muchacha de Corinto, ya en edad de contraer el matrimonio, murió de repente a causa de una grave enfermedad. Después de las exequias, su nodriza recogió los objetos favoritos de la chiquilla y los puso dentro de una canasta de mimbre, que llevó al sepulcro; y con el fin de que se mantuvieran en buen estado durante mucho tiempo, cubrió la canasta con una losa de piedra. Casualmente colocó el canastillo sobre el bulbo de un acanto. Al pasar los meses, las raíces de la planta, oprimidas por el peso, esparcieron en derredor sus hojas y tallos, que habían brotado con la llegada de la primavera. El arbusto creció frondosamente en torno al canastillo, y sus hojas fueron adoptando una graciosa curvatura en sus extremos. El escultor y arquitecto Calímaco, apodado “el detallista” por los atenienses, a causa de la exquisitez y virtuosismo de sus tallas de mármol, al pasar delante de este sepulcro observó el canastillo y la delicadeza de las hojas que crecían a su alrededor. Quedó gratamente sorprendido por esta portentosa forma vegetal y levantó unas columnas en Corinto, imitando este modelo.» ¹
La hoja de acanto quedó tan bien puesta en el capitel, que pervivió durante toda la historia del arte occidental hasta el final del siglo XIX. Y nuestra mirada se ha acostumbrado de tal modo a su forma artística, que nos hemos vuelto un poco ciegos a la hora de descubrir la belleza del arbusto en el entorno real. Acerca de esto nos advirtió Henry Matisse, el famoso pintor «fiero» (fauve en francés) de principios del siglo XX, cuando escribía:
«Todos reconoceríamos la hoja de acanto en el capitel corintio. Sin embargo, en pleno campo, dejamos de ver los bellos acantos que bordean la cuneta de la carretera, porque el recuerdo del capitel nos impide apreciar el motivo natural. El primer paso hacia la creación consiste en observar cada cosa en su entorno real, y esto supone un esfuerzo continuo.» ²
Estad muy atentos, pues, queridos alumnos, cuando os encontréis paseando por los parques de nuestros pueblos y ciudades, ya que antes o después el acanto aparecerá ante vuestros ojos.
Tomé la fotografía de abajo en mi última visita a los jardines de Aranjuez. Mirando con descuido, nadie diría que se trata de la misma hoja que los escultores tallaron en el mármol, ¿verdad? Y no obstante, si ponéis más atención, apreciaréis toda la plasticidad que el motivo contiene cuando reside en lo alto de la columna.
¹ Vitruvio, De architectura. Libro IV, I, 9-10
² Henry Matisse: Sobre arte. Barral editores, Barcelona, 1978.